/ domingo 24 de diciembre de 2023

La muerte de la objetividad

Hasta hace algún tiempo, las opiniones, argumentos y toma de posición en el debate público, respecto a este o aquel tema o acontecimiento, basaban su validez en el principio de objetividad, incluso, aun cuando en el fondo no lo fueran de verdad, cuando menos se sabía, que, si se intentaba tener cierta respetabilidad, se tenían que revestir con ropajes de imparcialidad, las opiniones subjetivamente interesadas.

La objetividad era la aduana en la que se desnudaban, aquellas acciones u opiniones que buscaban imponer una visión particular sobre el interés general, por más que fueran persuasivas las argumentaciones, si estas estaban teñidas de subjetividad o interés particular o de grupo, de inmediato se descalificaban.

La objetividad exige ciertas condiciones para que sea posible, por ejemplo, serenidad, porque para alguien exaltado resultará muy difícil evitar confundir su deseo y voluntad con el derecho de otros, también requiere cierta dosis de generosidad, que es la actitud de conceder a otros algo que para nosotros tiene un alto costo, por ejemplo, respeto, respeto a una opinión diferente aun y cuando en ello vaya implícita la derrota de nuestras posiciones o argumentos.

Desafortunadamente, todas estas condiciones, entre otras sanamente deseables, están ausentes en la esfera política y en el debate público de la actualidad, por el contrario, la polarización discursiva y el emberrinchamiento infantil hacen alarde de parcialidad, reivindican la posición confrontaba como valor de la política.

La primera víctima de la polarización en curso fue la aspiración de objetividad y con ello, la veracidad, se dirá como algunos dicen, qué tal aspiración es imposible, porque uno nunca deja de ser uno mismo cuando emite una opinión, porque eso es precisamente ser objetivo, dejar de ser uno mismo y asumir el punto de vista de todos, un punto de vista que representa las exigencias y demandas que plantea la colectividad a cada individuo y sin lo cual no habría moralidad alguna.

Por lo que resulta irracional obstinarse en nuestra verdad, porque cada uno de nosotros somos sensibles a las demandas y necesidades de otros, así como esperemos que ellos lo sean de las nuestras por medio de la aceptación de ciertos principios morales objetivos.

Porque el individuo, no se sitúa dentro de su muy personal punto de vista para convivir y relacionarse, sino que tiene que colocarse dentro del paraguas de una moralidad común y este paraguas para que funcione tiene que operar con reciprocidad,

De ahí que los problemas más complejos de la actualidad se remitan a los conflictos internos del individuo relativos a la lucha que sostiene su punto de vista personal e impersonal.

En gran medida, las instituciones políticasy sus justificaciones teóricas expresan el balance entre las demandas de nuestros puntos de vista individual o subjetivo y el impersonal u objetivo, libre de motivaciones particulares.

Por lo que resulta tremendamente corrosiva la renuncia a cualquier aspiración de objetividad, como muy frecuentemente vemos cuando vemos académicos y escritores metidos de lleno a la tarea de porristas o propagandistas, políticos y periodistas, dispuestos a llevar agua a su molino, sin rubor alguno.

contacto: sotelo27@me.com

Hasta hace algún tiempo, las opiniones, argumentos y toma de posición en el debate público, respecto a este o aquel tema o acontecimiento, basaban su validez en el principio de objetividad, incluso, aun cuando en el fondo no lo fueran de verdad, cuando menos se sabía, que, si se intentaba tener cierta respetabilidad, se tenían que revestir con ropajes de imparcialidad, las opiniones subjetivamente interesadas.

La objetividad era la aduana en la que se desnudaban, aquellas acciones u opiniones que buscaban imponer una visión particular sobre el interés general, por más que fueran persuasivas las argumentaciones, si estas estaban teñidas de subjetividad o interés particular o de grupo, de inmediato se descalificaban.

La objetividad exige ciertas condiciones para que sea posible, por ejemplo, serenidad, porque para alguien exaltado resultará muy difícil evitar confundir su deseo y voluntad con el derecho de otros, también requiere cierta dosis de generosidad, que es la actitud de conceder a otros algo que para nosotros tiene un alto costo, por ejemplo, respeto, respeto a una opinión diferente aun y cuando en ello vaya implícita la derrota de nuestras posiciones o argumentos.

Desafortunadamente, todas estas condiciones, entre otras sanamente deseables, están ausentes en la esfera política y en el debate público de la actualidad, por el contrario, la polarización discursiva y el emberrinchamiento infantil hacen alarde de parcialidad, reivindican la posición confrontaba como valor de la política.

La primera víctima de la polarización en curso fue la aspiración de objetividad y con ello, la veracidad, se dirá como algunos dicen, qué tal aspiración es imposible, porque uno nunca deja de ser uno mismo cuando emite una opinión, porque eso es precisamente ser objetivo, dejar de ser uno mismo y asumir el punto de vista de todos, un punto de vista que representa las exigencias y demandas que plantea la colectividad a cada individuo y sin lo cual no habría moralidad alguna.

Por lo que resulta irracional obstinarse en nuestra verdad, porque cada uno de nosotros somos sensibles a las demandas y necesidades de otros, así como esperemos que ellos lo sean de las nuestras por medio de la aceptación de ciertos principios morales objetivos.

Porque el individuo, no se sitúa dentro de su muy personal punto de vista para convivir y relacionarse, sino que tiene que colocarse dentro del paraguas de una moralidad común y este paraguas para que funcione tiene que operar con reciprocidad,

De ahí que los problemas más complejos de la actualidad se remitan a los conflictos internos del individuo relativos a la lucha que sostiene su punto de vista personal e impersonal.

En gran medida, las instituciones políticasy sus justificaciones teóricas expresan el balance entre las demandas de nuestros puntos de vista individual o subjetivo y el impersonal u objetivo, libre de motivaciones particulares.

Por lo que resulta tremendamente corrosiva la renuncia a cualquier aspiración de objetividad, como muy frecuentemente vemos cuando vemos académicos y escritores metidos de lleno a la tarea de porristas o propagandistas, políticos y periodistas, dispuestos a llevar agua a su molino, sin rubor alguno.

contacto: sotelo27@me.com