/ domingo 21 de noviembre de 2021

Morena y el estado de naturaleza hobbesiano

Según creía Thomas Hobbes en estado natural todos los hombres son iguales y esta igualdad natural provoca en ellos la esperanza de poder realizar sus ambiciones, infundiendo el aliento para hacer el máximo esfuerzo para alcanzar sus deseos.

Esta situación en la que todos afanosamente persiguen su conservación y satisfacción los lleva a la competencia y a engendrar una desconfianza mutua como es natural.

Los competidores de esta lucha no solo quieren vencer sino también pretender que se les valore por los demás tal y como ellos se valoran así mismos y ante el menor signo de desdén o minusvalía lo asumen como una afrenta que puede desencadenar una conflagración.

Por tanto, para Hobbes, en la naturaleza humana encontramos tres causas de disputa: La competencia, la desconfianza y el anhelo de fama.

De lo que concluye que el hombre habita permanentemente en un estado de guerra, por lo que se hace indispensable para evitar la disolución de la sociedad que exista un poder común que ponga en orden a los contendientes.

Hobbes incluye como estado de guerra no solo a los periodos en los que se da una batalla, sino que incluye aquellos intervalos en los que existe una tendencia hacia la guerra o confrontación, como serían los momentos de tregua e incluso de animadversión no declarada.

Este estado de guerra carece de distinciones morales, únicamente la fuerza y el fraude son las virtudes cardinales en la guerra, tampoco existes distinciones de propiedad tuyo y mío, en su lugar cada hombre coge lo que quiere y puede en tanto pueda conservarlo hasta que otro se lo arrebate.

Tal es el estado de naturaleza descrito por Hobbes, que precede a la formación de las sociedades organizadas regidas por las leyes de un poder superior como el Estado, que no es otra cosa que el espacio neutral en la que todos los contendientes pueden dirimir sus diferencias conforme a las reglas previamente establecidas a las que reconocen su soberanía.

Cuando tal Estado organizado no existe o desaparece, lo que sobreviene es el caos y la incertidumbre en donde no existen derechos y obligaciones a las que asirse, reinando la ley de la selva.

Desde luego que aquellos que se ven así mismos lo suficientemente fuertes como para sacar ventaja sobre los demás en medio de la ley del más fuerte estarán satisfechos, hasta el día en que caigan en la cuenta que toda fuerza es relativa frente al poder de la habilidad, astucia y el fraude.

De esta manera mientras el partido Morena al exterior parece regido por leyes que lo hacen una institución política organizada racionalmente, al interior experimenta una regresión evolutiva que lo devuelve a formas primitivas de convivencia entre salvajes y desalmados.

Se podría decir que el estado de guerra o confrontación en la vida interna del partido es ocasional, provocado por la natural disputa de puestos de elección popular como en cualquier otra formación política, pero sería faltar a la verdad, lo cierto es que un día si y otro también en Morena habita un estado de guerra total permanente entre sus tribus en el que podemos incluir el concepto de tiempo bélico hobbesiano en el que existen treguas antes de que azote la guerra sucia entre esa heterogénea federación de capos partidarios.

A esta situación está irremisiblemente condenado el Partido Morena por la total ausencia de un estado de derecho que de seguridad jurídica a sus militantes y simpatizantes, en su lugar campea entronizado el axioma perredista: “Acuerdo mata estatuto”, con el que se cavó la tumba de la Revolución Democrática.

Origen es destino, mismos vicios, misma tumba, de no corregirse en lo inmediato el Movimiento de Regeneración Nacional acabará como una simple anécdota en una nota de página.

Regeneración.

Según creía Thomas Hobbes en estado natural todos los hombres son iguales y esta igualdad natural provoca en ellos la esperanza de poder realizar sus ambiciones, infundiendo el aliento para hacer el máximo esfuerzo para alcanzar sus deseos.

Esta situación en la que todos afanosamente persiguen su conservación y satisfacción los lleva a la competencia y a engendrar una desconfianza mutua como es natural.

Los competidores de esta lucha no solo quieren vencer sino también pretender que se les valore por los demás tal y como ellos se valoran así mismos y ante el menor signo de desdén o minusvalía lo asumen como una afrenta que puede desencadenar una conflagración.

Por tanto, para Hobbes, en la naturaleza humana encontramos tres causas de disputa: La competencia, la desconfianza y el anhelo de fama.

De lo que concluye que el hombre habita permanentemente en un estado de guerra, por lo que se hace indispensable para evitar la disolución de la sociedad que exista un poder común que ponga en orden a los contendientes.

Hobbes incluye como estado de guerra no solo a los periodos en los que se da una batalla, sino que incluye aquellos intervalos en los que existe una tendencia hacia la guerra o confrontación, como serían los momentos de tregua e incluso de animadversión no declarada.

Este estado de guerra carece de distinciones morales, únicamente la fuerza y el fraude son las virtudes cardinales en la guerra, tampoco existes distinciones de propiedad tuyo y mío, en su lugar cada hombre coge lo que quiere y puede en tanto pueda conservarlo hasta que otro se lo arrebate.

Tal es el estado de naturaleza descrito por Hobbes, que precede a la formación de las sociedades organizadas regidas por las leyes de un poder superior como el Estado, que no es otra cosa que el espacio neutral en la que todos los contendientes pueden dirimir sus diferencias conforme a las reglas previamente establecidas a las que reconocen su soberanía.

Cuando tal Estado organizado no existe o desaparece, lo que sobreviene es el caos y la incertidumbre en donde no existen derechos y obligaciones a las que asirse, reinando la ley de la selva.

Desde luego que aquellos que se ven así mismos lo suficientemente fuertes como para sacar ventaja sobre los demás en medio de la ley del más fuerte estarán satisfechos, hasta el día en que caigan en la cuenta que toda fuerza es relativa frente al poder de la habilidad, astucia y el fraude.

De esta manera mientras el partido Morena al exterior parece regido por leyes que lo hacen una institución política organizada racionalmente, al interior experimenta una regresión evolutiva que lo devuelve a formas primitivas de convivencia entre salvajes y desalmados.

Se podría decir que el estado de guerra o confrontación en la vida interna del partido es ocasional, provocado por la natural disputa de puestos de elección popular como en cualquier otra formación política, pero sería faltar a la verdad, lo cierto es que un día si y otro también en Morena habita un estado de guerra total permanente entre sus tribus en el que podemos incluir el concepto de tiempo bélico hobbesiano en el que existen treguas antes de que azote la guerra sucia entre esa heterogénea federación de capos partidarios.

A esta situación está irremisiblemente condenado el Partido Morena por la total ausencia de un estado de derecho que de seguridad jurídica a sus militantes y simpatizantes, en su lugar campea entronizado el axioma perredista: “Acuerdo mata estatuto”, con el que se cavó la tumba de la Revolución Democrática.

Origen es destino, mismos vicios, misma tumba, de no corregirse en lo inmediato el Movimiento de Regeneración Nacional acabará como una simple anécdota en una nota de página.

Regeneración.