/ martes 9 de abril de 2019

No somos el centro del universo

El 12 de abril de 1961, el cosmonauta soviético, Yuri Gagarin, de 27 años, estuvo 108 minutos en el espacio exterior...

Se convirtió en el primer humano en salir de la atmósfera terrestre para dar varias vueltas en una órbita en torno a nuestro planeta.

Gagarin despejó una duda: el hombre podía volar en el cosmos y trabajar en la órbita extraterrestre.

La Unión Soviética tomó la delantera en la carrera espacial; pero no por mucho tiempo. Inmediatamente, de acuerdo a términos galácticos, Estados Unidos situó un hombre en la Luna, el 20 de julio de 1969, con el Apolo XI dirigido por el Neil Armstrong.

Si bien el camino hacia otros planetas y estrellas ha tenido un alto costo en vidas humanas, la curiosidad del hombre siempre rebasa los límites y eventualmente triunfa. Lo prueba el lanzamiento del primer satélite artificial y el primer vuelo de la perrita Laika en el espacio extraterrestre, además de una serie de experimentos con la participación de cosmonautas valientes, cercano a lo temerario.

Oficialmente, todo empezó con Yuri Gagarin, el Cristóbal Colón del siglo veinte, como también se le conoce. Después apareció Alexei Leonov, el primer hombre en salir de su nave al espacio por veinte minutos. Le continuó Valentina Tereskhova, primera mujer en efectuar un vuelo espacial. Y luego Neil Armstrong, quien vagó por la superficie selenita hace ya casi cincuenta abriles, evento atendido por seiscientos millones de personas. Hombres, mujeres y niños observaron electrizados en las pantallas de TV esta hazaña sin igual emprendida por la humanidad. Algo que muchos interpretaron como brujería, según la frase del escritor Arthur Clarke “cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”.

La llegada del primer hombre a la Luna fue una muestra palpable de la capacidad tecnológica para cristalizar sueños y anhelos. Esto que parece un hecho mítico, no lo fue para alguien llamado Julio, de apellido Verne, quien con cien años de anticipación predijo los viajes a nuestro satélite y planteó el éxito de esta empresa.

Desde el punto de vista político el viaje del Apolo XI consolido el liderazgo mediático de los Estados Unidos frente a la Unión Soviética, su rival en la carrera espacial, durante la época de la guerra fría.

Esto, además dejó en claro que el hombre “sería capaz de realizar cualquier nueva conquista que su imaginación ideara”, mentalidad “moderna” y liberadora de nuevas ideas que elevó la autoestima planetaria.

También fue un logro extraordinario de las comunicaciones. En mil novecientos sesenta y nueve era inconcebible mirar en vivo y en directo lo que ocurría a más de 384 mil kilómetros, que es la distancia a la Luna. No había poder humano para tender un cable que llegara tan lejos. Sin embargo, igualmente millones de personas observaron a Armstrong formular una frase icónica de la exploración espacial: “este es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad”.

Más que nada, observar, ver a nuestro planeta desde la superficie lunar, bajo esa perspectiva, nos permitió cerciorarnos de una cosa: no somos el centro del universo.

El 12 de abril de 1961, el cosmonauta soviético, Yuri Gagarin, de 27 años, estuvo 108 minutos en el espacio exterior...

Se convirtió en el primer humano en salir de la atmósfera terrestre para dar varias vueltas en una órbita en torno a nuestro planeta.

Gagarin despejó una duda: el hombre podía volar en el cosmos y trabajar en la órbita extraterrestre.

La Unión Soviética tomó la delantera en la carrera espacial; pero no por mucho tiempo. Inmediatamente, de acuerdo a términos galácticos, Estados Unidos situó un hombre en la Luna, el 20 de julio de 1969, con el Apolo XI dirigido por el Neil Armstrong.

Si bien el camino hacia otros planetas y estrellas ha tenido un alto costo en vidas humanas, la curiosidad del hombre siempre rebasa los límites y eventualmente triunfa. Lo prueba el lanzamiento del primer satélite artificial y el primer vuelo de la perrita Laika en el espacio extraterrestre, además de una serie de experimentos con la participación de cosmonautas valientes, cercano a lo temerario.

Oficialmente, todo empezó con Yuri Gagarin, el Cristóbal Colón del siglo veinte, como también se le conoce. Después apareció Alexei Leonov, el primer hombre en salir de su nave al espacio por veinte minutos. Le continuó Valentina Tereskhova, primera mujer en efectuar un vuelo espacial. Y luego Neil Armstrong, quien vagó por la superficie selenita hace ya casi cincuenta abriles, evento atendido por seiscientos millones de personas. Hombres, mujeres y niños observaron electrizados en las pantallas de TV esta hazaña sin igual emprendida por la humanidad. Algo que muchos interpretaron como brujería, según la frase del escritor Arthur Clarke “cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”.

La llegada del primer hombre a la Luna fue una muestra palpable de la capacidad tecnológica para cristalizar sueños y anhelos. Esto que parece un hecho mítico, no lo fue para alguien llamado Julio, de apellido Verne, quien con cien años de anticipación predijo los viajes a nuestro satélite y planteó el éxito de esta empresa.

Desde el punto de vista político el viaje del Apolo XI consolido el liderazgo mediático de los Estados Unidos frente a la Unión Soviética, su rival en la carrera espacial, durante la época de la guerra fría.

Esto, además dejó en claro que el hombre “sería capaz de realizar cualquier nueva conquista que su imaginación ideara”, mentalidad “moderna” y liberadora de nuevas ideas que elevó la autoestima planetaria.

También fue un logro extraordinario de las comunicaciones. En mil novecientos sesenta y nueve era inconcebible mirar en vivo y en directo lo que ocurría a más de 384 mil kilómetros, que es la distancia a la Luna. No había poder humano para tender un cable que llegara tan lejos. Sin embargo, igualmente millones de personas observaron a Armstrong formular una frase icónica de la exploración espacial: “este es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad”.

Más que nada, observar, ver a nuestro planeta desde la superficie lunar, bajo esa perspectiva, nos permitió cerciorarnos de una cosa: no somos el centro del universo.