/ viernes 2 de febrero de 2018

Participación política

Estoy de acuerdo en que la ciudadanía no logra interesarse, como debiera, en cuestiones políticas y sociales, debido a la impreparación.

Pero el bajo nivel educativo tampoco evita que la gente por igual le interese y pueda discutir, –por la sencilla razón de que es algo que le afecta-, acerca del aumento de los precios, la falta de servicios públicos, la escasez de vivienda, la inseguridad, el desempleo y otros temas que, en nuestro país, regularmente constituyen la esencia de la materia política.

Los institutos políticos, como estructuras de captación pública, están obligados a motivar el voto y la conducción de éste hacia las casillas, no obstante, esta labor debe hacerse, pues parecería que el abstencionismo electoral es lo que se fomenta. Y se trasluce la célebre frase ¡Dejemos la política a los políticos, si supieran, es algo muy sucio!

Las precampañas que hoy vemos son un enfrentamiento cifrado con base en instrumentos jurídicos y disposiciones cuestionables. Los hechos, los debates, las acusaciones, los desmentidos y las contradicciones, nos demuestran la existencia de ubicaciones y posturas que luchan por desplazarse de la jugada política “a como dé lugar”, sin establecer alguna seguridad de que se respete y sea posible toda creencia de concordia y entendimiento. La interrogante es hasta dónde llega el límite de las rivalidades, señaladas por la falta de civilidad política, donde las acusaciones de ministerio público parecen ser la regla y no la excepción. Avivar el fuego de los antagonismos fomenta el alejamiento de la gente de las urnas y que esto pueda ir más allá de la declaracionitis aguda o verbocracia, lo cual es la puerta de entrada a expresiones de violencia.

En todo proceso electoral lo primero es tomar parte y efectuar decisiones. Pero habría que contestar sinceramente si existe hoy respeto a las condiciones necesarias para la participación ciudadana adecuada y deseable, de manera que los procesos democráticos se mantengan vigentes y parezcan no estar en riesgo.

Estoy de acuerdo en que la ciudadanía no logra interesarse, como debiera, en cuestiones políticas y sociales, debido a la impreparación.

Pero el bajo nivel educativo tampoco evita que la gente por igual le interese y pueda discutir, –por la sencilla razón de que es algo que le afecta-, acerca del aumento de los precios, la falta de servicios públicos, la escasez de vivienda, la inseguridad, el desempleo y otros temas que, en nuestro país, regularmente constituyen la esencia de la materia política.

Los institutos políticos, como estructuras de captación pública, están obligados a motivar el voto y la conducción de éste hacia las casillas, no obstante, esta labor debe hacerse, pues parecería que el abstencionismo electoral es lo que se fomenta. Y se trasluce la célebre frase ¡Dejemos la política a los políticos, si supieran, es algo muy sucio!

Las precampañas que hoy vemos son un enfrentamiento cifrado con base en instrumentos jurídicos y disposiciones cuestionables. Los hechos, los debates, las acusaciones, los desmentidos y las contradicciones, nos demuestran la existencia de ubicaciones y posturas que luchan por desplazarse de la jugada política “a como dé lugar”, sin establecer alguna seguridad de que se respete y sea posible toda creencia de concordia y entendimiento. La interrogante es hasta dónde llega el límite de las rivalidades, señaladas por la falta de civilidad política, donde las acusaciones de ministerio público parecen ser la regla y no la excepción. Avivar el fuego de los antagonismos fomenta el alejamiento de la gente de las urnas y que esto pueda ir más allá de la declaracionitis aguda o verbocracia, lo cual es la puerta de entrada a expresiones de violencia.

En todo proceso electoral lo primero es tomar parte y efectuar decisiones. Pero habría que contestar sinceramente si existe hoy respeto a las condiciones necesarias para la participación ciudadana adecuada y deseable, de manera que los procesos democráticos se mantengan vigentes y parezcan no estar en riesgo.