/ domingo 14 de febrero de 2021

Vivir sin trascendencia

Por lo general admitimos que la mejor manera de vivir la vida es dotándola de un sentido de trascendencia que haga que nuestra existencia sobre la tierra vaya más allá del lapso que dure nuestra vida biológica.

Muchos lo han logrado escribiendo o pintando grandes obras, otros mediante hazañas que resuenan a lo largo de los tiempos.

En cambio para los no tan diestros, pero con una inflamada voluntad de trascendencia existen las religiones o las ideologías políticas, incluso para los inanes existe el recurso de la rutina cotidiana que los dota de un porqué.

No obstante, las diferencias en los modos de la búsqueda de la trascendencia no podrían ser más radicales, puesto que mientras en los grandes artistas y escritores su personalidad no desaparece, en cambio en quienes se acogen a una religión o ideología esta desaparece y se disuelven en la multitud de correligionarios.

A pesar de ello, muchos están dispuestos a perder su individualidad para entregarse por entero al todo indiferenciado de la religión o la ideología, y es que probablemente no encuentran en solitario lo que en masa creen encontrar: sentido de pertenencia y una causa que le dé sentido a la vida.

El espíritu gregario del hombre lo hace someterse a las decisiones del grupo a cambio de encontrar los motivos para vivir su vida, por eso a lo largo de la historia grandes barbaries se han cometido en nombre de ideas abstractas.

Escribía Kant que la búsqueda de verdades cada vez más grandes e incondicionales y por lo tanto, trascendentales es un vicio de la razón, que por horror al infinito crea razones últimas presentadas como conceptos de verdad por ejemplo: Dios.

Pero lo mismo se puede decir de la verdad científica o ideológica, lo que el hombre busca es un remanso firme en el cual hacer descansar el peso de su existencia que le es un suplicio cargar por sí solo.

¿Se puede ser radicalmente libre y estar satisfecho? En donde radicalmente libre significa aceptar por entero el peso de nuestras decisiones como la de estar absolutamente solo, en donde no existe la providencia solo el azar, donde nuestros fracasos no los refugiemos en la mala suerte o en culpa de otro, sino de nuestra ineptitud o incompetencia, aceptando que nuestra vida carece por completo de sentido, que es totalmente gratuita y accidental.

En donde no vale apelar solo al hecho de ser felices solo por vivir la vida, porque al hacerlo nos asimos como muleta de la idea de la vida que es trascendente para dotar de sentido a nuestra vida biológica que es intrascendente a la vista del transitar de todo cuanto existe.

En este sentido Camus nos dice que no importa cuanto hagas, y cuán importante creas que sea, en realidad todo este apetito de trascendencia es absurdo y carece de sentido, la trascendencia que el hombre cree tener es una ilusión, porque en realidad solo es su ego hinchado lo que piensa es su trascendencia.

La búsqueda de la trascendencia se enfrenta a la paradoja de que en tanto la idea sea más sublime platónicamente y por lo tanto más abstracta o general, más irreal o inmaterial se vuelve, y en tanto el hombre busca colmar su vacío existencial intentando ganar la trascendencia, más se da cuenta de que ha llenado su vida de puro aire.

Es posible que necesitemos profundamente a Dios y un orden cósmico, pero el mundo puede no responder necesariamente a nuestras necesidades psicológicas e intelectuales.

Para Camus el absurdo de la vida humana consiste precisamente en esto: que queremos una verdad absoluta, pero no la hay.

Agudizamos desesperadamente nuestros oídos para escuchar la voz divina, pero el mundo está mudo y en silencio. Lo absurdo es simplemente este desajuste entre nuestra necesidad de hacer inteligible el Universo y su ininteligibilidad. Por eso el mal es absurdo.

Camus escribió: “Este mundo en sí mismo no es razonable, eso es todo lo que se puede decir. Pero lo absurdo es el enfrentamiento de este anhelo irracional y el salvaje de claridad cuya llamada resuena en el corazón humano”.

El absurdo depende tanto del hombre como del mundo. Por el momento, es todo lo que los une. Los une uno al otro, ya que solo el odio puede unir a dos criaturas. Esto es todo lo que puedo discernir claramente en este universo inconmensurable donde tiene lugar mi aventura". A. Camus, El mito de Sísifo.

Regeneración.

Por lo general admitimos que la mejor manera de vivir la vida es dotándola de un sentido de trascendencia que haga que nuestra existencia sobre la tierra vaya más allá del lapso que dure nuestra vida biológica.

Muchos lo han logrado escribiendo o pintando grandes obras, otros mediante hazañas que resuenan a lo largo de los tiempos.

En cambio para los no tan diestros, pero con una inflamada voluntad de trascendencia existen las religiones o las ideologías políticas, incluso para los inanes existe el recurso de la rutina cotidiana que los dota de un porqué.

No obstante, las diferencias en los modos de la búsqueda de la trascendencia no podrían ser más radicales, puesto que mientras en los grandes artistas y escritores su personalidad no desaparece, en cambio en quienes se acogen a una religión o ideología esta desaparece y se disuelven en la multitud de correligionarios.

A pesar de ello, muchos están dispuestos a perder su individualidad para entregarse por entero al todo indiferenciado de la religión o la ideología, y es que probablemente no encuentran en solitario lo que en masa creen encontrar: sentido de pertenencia y una causa que le dé sentido a la vida.

El espíritu gregario del hombre lo hace someterse a las decisiones del grupo a cambio de encontrar los motivos para vivir su vida, por eso a lo largo de la historia grandes barbaries se han cometido en nombre de ideas abstractas.

Escribía Kant que la búsqueda de verdades cada vez más grandes e incondicionales y por lo tanto, trascendentales es un vicio de la razón, que por horror al infinito crea razones últimas presentadas como conceptos de verdad por ejemplo: Dios.

Pero lo mismo se puede decir de la verdad científica o ideológica, lo que el hombre busca es un remanso firme en el cual hacer descansar el peso de su existencia que le es un suplicio cargar por sí solo.

¿Se puede ser radicalmente libre y estar satisfecho? En donde radicalmente libre significa aceptar por entero el peso de nuestras decisiones como la de estar absolutamente solo, en donde no existe la providencia solo el azar, donde nuestros fracasos no los refugiemos en la mala suerte o en culpa de otro, sino de nuestra ineptitud o incompetencia, aceptando que nuestra vida carece por completo de sentido, que es totalmente gratuita y accidental.

En donde no vale apelar solo al hecho de ser felices solo por vivir la vida, porque al hacerlo nos asimos como muleta de la idea de la vida que es trascendente para dotar de sentido a nuestra vida biológica que es intrascendente a la vista del transitar de todo cuanto existe.

En este sentido Camus nos dice que no importa cuanto hagas, y cuán importante creas que sea, en realidad todo este apetito de trascendencia es absurdo y carece de sentido, la trascendencia que el hombre cree tener es una ilusión, porque en realidad solo es su ego hinchado lo que piensa es su trascendencia.

La búsqueda de la trascendencia se enfrenta a la paradoja de que en tanto la idea sea más sublime platónicamente y por lo tanto más abstracta o general, más irreal o inmaterial se vuelve, y en tanto el hombre busca colmar su vacío existencial intentando ganar la trascendencia, más se da cuenta de que ha llenado su vida de puro aire.

Es posible que necesitemos profundamente a Dios y un orden cósmico, pero el mundo puede no responder necesariamente a nuestras necesidades psicológicas e intelectuales.

Para Camus el absurdo de la vida humana consiste precisamente en esto: que queremos una verdad absoluta, pero no la hay.

Agudizamos desesperadamente nuestros oídos para escuchar la voz divina, pero el mundo está mudo y en silencio. Lo absurdo es simplemente este desajuste entre nuestra necesidad de hacer inteligible el Universo y su ininteligibilidad. Por eso el mal es absurdo.

Camus escribió: “Este mundo en sí mismo no es razonable, eso es todo lo que se puede decir. Pero lo absurdo es el enfrentamiento de este anhelo irracional y el salvaje de claridad cuya llamada resuena en el corazón humano”.

El absurdo depende tanto del hombre como del mundo. Por el momento, es todo lo que los une. Los une uno al otro, ya que solo el odio puede unir a dos criaturas. Esto es todo lo que puedo discernir claramente en este universo inconmensurable donde tiene lugar mi aventura". A. Camus, El mito de Sísifo.

Regeneración.