/ martes 23 de abril de 2019

Contra la corrupción

Contra la corrupción

Advierto con sorpresa cómo los magos de los números dicen con voz tronante: ¡El país está polarizado políticamente en dos mitades, entre los simpatizantes de AMLO y los que… no.

Pero ¿De qué división hablan? ¿Será posible explicarlo? Es extraño. Mire, el 20% de mexicanas y mexicanos que “odian” a AMLO, no suponen mitad alguna. Es un porcentaje. Aclarado esto, nada quita una pregunta, ¿Qué es lo que México necesita? Necesita, de inicio, que se respeten las promesas de campaña. Siendo realistas, con que se cumpla el 10% del total, ya vamos de gane. Existe una tesis hermosamente humana, que la imagen del gobernante debe ser cierta, auténtica y que para ello los políticos deben crearse su propia máscara, para evitar, como suele suceder, que otros se las impongan. Ya en otras ocasiones los gobernantes se pusieron máscaras para evitar hablar con la verdad, dejando en duda la naturaleza de sus acciones. Los mexicanos queremos un Presidente honesto, serio, no uno bromista, chancero o parecido a conductores de programas de concurso por TV. La gente tampoco quiere un Primer Mandatario de la Nación que pretenda colgarse la imagen de simpático o aparecer como dicharachero e ingenioso. La gente no desea un presidente que intente representar algo que no es, si de cultura y preparación se trata. La gente quiere un verdadero líder, que esté del lado del pueblo, que a sus palabras lleve aunado la acción y la promesa en favor de una revalorización moral y un saneamiento público, pero con hechos concretos que devuelvan paulatinamente la fe y la confianza, cosa que se ha perdido despues de años de engaños a los mexicanos. La gente desea superar los errores pasados y no quiere que se repita la conocida fórmula de que al momento que algo sucede truenan las voces de indignación para prometer que se actuará con todo el peso de la ley, ¡caiga quien caiga!, y que se llegará hasta las últimas consecuencias para dar un castigo ejemplar a los culpables, porque para eso están las autoridades, para dar cauce a las protestas y sed de justicia del pueblo y no para convertirse en solapadora o cómplice de los pillos. Esta fórmula oficial es lo que le ha hecho mucho daño al país en otras ocasiones. Es el México que hay que rechazar y aborrecer, el México que nos condenó a esta espiral de problemas que se confronta. El México de los que tiran la piedra y esconden la mano. El México de los demagogos, el de las palabras falsas que se convirtieron en pobreza para muchos o algo peor. El México de los compromisos fallidos y la impunidad rampante.

Sin revanchismo alguno ni canibalismo político ni cacería de brujas o cosa que se le parezca, la tarea del actual gobierno es llevar a cabo la lucha contra la corrupción, primero, denunciándola allí donde se encuentre, y después, actuando conforme a derecho, sin sentimentalismos ni escrúpulos amistosos.

Contra la corrupción

Advierto con sorpresa cómo los magos de los números dicen con voz tronante: ¡El país está polarizado políticamente en dos mitades, entre los simpatizantes de AMLO y los que… no.

Pero ¿De qué división hablan? ¿Será posible explicarlo? Es extraño. Mire, el 20% de mexicanas y mexicanos que “odian” a AMLO, no suponen mitad alguna. Es un porcentaje. Aclarado esto, nada quita una pregunta, ¿Qué es lo que México necesita? Necesita, de inicio, que se respeten las promesas de campaña. Siendo realistas, con que se cumpla el 10% del total, ya vamos de gane. Existe una tesis hermosamente humana, que la imagen del gobernante debe ser cierta, auténtica y que para ello los políticos deben crearse su propia máscara, para evitar, como suele suceder, que otros se las impongan. Ya en otras ocasiones los gobernantes se pusieron máscaras para evitar hablar con la verdad, dejando en duda la naturaleza de sus acciones. Los mexicanos queremos un Presidente honesto, serio, no uno bromista, chancero o parecido a conductores de programas de concurso por TV. La gente tampoco quiere un Primer Mandatario de la Nación que pretenda colgarse la imagen de simpático o aparecer como dicharachero e ingenioso. La gente no desea un presidente que intente representar algo que no es, si de cultura y preparación se trata. La gente quiere un verdadero líder, que esté del lado del pueblo, que a sus palabras lleve aunado la acción y la promesa en favor de una revalorización moral y un saneamiento público, pero con hechos concretos que devuelvan paulatinamente la fe y la confianza, cosa que se ha perdido despues de años de engaños a los mexicanos. La gente desea superar los errores pasados y no quiere que se repita la conocida fórmula de que al momento que algo sucede truenan las voces de indignación para prometer que se actuará con todo el peso de la ley, ¡caiga quien caiga!, y que se llegará hasta las últimas consecuencias para dar un castigo ejemplar a los culpables, porque para eso están las autoridades, para dar cauce a las protestas y sed de justicia del pueblo y no para convertirse en solapadora o cómplice de los pillos. Esta fórmula oficial es lo que le ha hecho mucho daño al país en otras ocasiones. Es el México que hay que rechazar y aborrecer, el México que nos condenó a esta espiral de problemas que se confronta. El México de los que tiran la piedra y esconden la mano. El México de los demagogos, el de las palabras falsas que se convirtieron en pobreza para muchos o algo peor. El México de los compromisos fallidos y la impunidad rampante.

Sin revanchismo alguno ni canibalismo político ni cacería de brujas o cosa que se le parezca, la tarea del actual gobierno es llevar a cabo la lucha contra la corrupción, primero, denunciándola allí donde se encuentre, y después, actuando conforme a derecho, sin sentimentalismos ni escrúpulos amistosos.