/ domingo 18 de abril de 2021

Justicia y Desigualdad

Recientemente el multimillonario empresario Ricardo Salinas Pliego conocido también por sus provocadoras opiniones realizó algunas declaraciones que incendiaron a una parte de la opinión pública al referirse al tema de la desigualdad mencionando al respecto: “Estoy convencido de que una de las muy malas ideas que circulan por ahí, por todas partes hoy en día, es este señalamiento de la desigualdad como el principal problema de nuestras sociedades, es una muy mala idea..la desigualdad es una condición natural de la vida”, expresó al inaugurar el Centro Ricardo B. Salinas Pliego.

Contrario a lo que el acaudalado como controvertido personaje piensa, su idea sobre la desigualdad no es nueva, esta misma concepción de la desigualdad se puso de moda en el auge del liberalismo clásico durante los siglos XVIII y XIX, por la élite aristocrática y burguesa europea de aquella época como medio para justificar su derecho a la tenencia del poder y el privilegio y para apaciguar los reclamos sobre mejores condiciones de vida que las clases trabajadores empezaban a formular en medio de una vida de miseria, privación y enfermedad al que estas mismas clases dirigentes los tenían condenados.

Las crecientes exigencias de justicia social de la clase obrera de aquellos años puso de tal forma en jaque el statu quo, que las clases privilegiadas no tuvieron mas remedio que impulsar una serie de reformas que establecieron las jornadas laborales de 8 horas, días de descanso, la prohibición del trabajo infantil, la seguridad social, etc., estas y no otras fueron las circunstancias que orillaron al Canciller de Hierro Otto von Bismarck a instaurar en Alemania el primer estado de bienestar ante el creciente avance del movimiento socialista de inspiración marxista en aquel país, ya no se diga en Inglaterra quien desde el XVII contaba ya con una ley de pobres, precisamente con el objeto de paliar los efectos de la desigualdad social.

En nuestros días los defensores del liberalismo clásico, hoy renombrado como neoliberalismo recurren a los mismos sofismas desacreditados, abogan por la libertad individual para hacer y deshacer a su antojo así como justifican su egoísmo sosteniendo merecerlo, pero todos estos argumentos adolecen de una falla de origen: En el mundo no existen hombres ricos sin sociedad.

¿Qué quiere decir esto? Que en la acumulación de capital juega un papel fundamental el vivir en sociedad, porque ningún hombre en solitario puede ser multimillonario sino hay con quien intercambiar algo, esta necesidad social entraña un responsabilidad con el medio social que es la condición de posibilidad para amasar fortunas.

Pero al participar del esfuerzo cooperativo de la sociedad implica deberes de justicia, de aquí que por ejemplo el banquero no pueda rechazar el reclamo de un niño hambriento solo porque nunca lo ha conocido o trabajado en una de sus sucursales.

En el afán de poder justificar su negativa a cooperar con la sociedad, los neoliberales reformaron la naturaleza del Estado de tal suerte que este dejara de tutelar derechos y obligaciones, y pasara hacerlo solo de las cosas, esa fue la artimaña utilizada por el neoliberalismo para desmantelar el estado de bienestar en México y el mundo, pero en el fondo es un engaño fácil de demostrar.

Ya que la justicia se crea a través de las instituciones, instituciones que fueron y son el origen y sustento sobre el cual se erige la sociedad, al desmantelar estas instituciones disolviendo el cemento que las unía solo acarreó el caos y el desgarramiento de la sociedad, sin que en su lugar se pusiera otra cosa que no fuera la ley del más fuerte, por su puesto que esto a largo plazo es inviable.

La desigualdad social siempre ha pretendido justificarse por los verdugos ideológicos de la igualdad por la vía de homologar la vida social al reino natural de los animales salvajes que movidos por el instinto de supervivencia actúan sin conciencia depredando presas.

Tal vez el personaje en cuestión se vea así mismo como el tiburón de un estanque poblado por peces más chicos y tal vez lo sea, pero es un tiburón que no recuerda que también fue un pez chico.

Por lo cual este instinto depredador no le es natural, es artificialmente creado y copiado del mundo animal en aras de justificar lo que la razón sobre la que se erige una sociedad de instituciones racionales no le puede conceder: El derecho de actuar por la fuerza, ya sea mecánica o del dinero.

Resultando paradójico que sea precisamente uno de los beneficiarios de la privatización de los bienes nacionales hechos con el esfuerzo social acumulado de todos los mexicanos, el que esboce tan equivocada interpretación de la realidad.

Recientemente el multimillonario empresario Ricardo Salinas Pliego conocido también por sus provocadoras opiniones realizó algunas declaraciones que incendiaron a una parte de la opinión pública al referirse al tema de la desigualdad mencionando al respecto: “Estoy convencido de que una de las muy malas ideas que circulan por ahí, por todas partes hoy en día, es este señalamiento de la desigualdad como el principal problema de nuestras sociedades, es una muy mala idea..la desigualdad es una condición natural de la vida”, expresó al inaugurar el Centro Ricardo B. Salinas Pliego.

Contrario a lo que el acaudalado como controvertido personaje piensa, su idea sobre la desigualdad no es nueva, esta misma concepción de la desigualdad se puso de moda en el auge del liberalismo clásico durante los siglos XVIII y XIX, por la élite aristocrática y burguesa europea de aquella época como medio para justificar su derecho a la tenencia del poder y el privilegio y para apaciguar los reclamos sobre mejores condiciones de vida que las clases trabajadores empezaban a formular en medio de una vida de miseria, privación y enfermedad al que estas mismas clases dirigentes los tenían condenados.

Las crecientes exigencias de justicia social de la clase obrera de aquellos años puso de tal forma en jaque el statu quo, que las clases privilegiadas no tuvieron mas remedio que impulsar una serie de reformas que establecieron las jornadas laborales de 8 horas, días de descanso, la prohibición del trabajo infantil, la seguridad social, etc., estas y no otras fueron las circunstancias que orillaron al Canciller de Hierro Otto von Bismarck a instaurar en Alemania el primer estado de bienestar ante el creciente avance del movimiento socialista de inspiración marxista en aquel país, ya no se diga en Inglaterra quien desde el XVII contaba ya con una ley de pobres, precisamente con el objeto de paliar los efectos de la desigualdad social.

En nuestros días los defensores del liberalismo clásico, hoy renombrado como neoliberalismo recurren a los mismos sofismas desacreditados, abogan por la libertad individual para hacer y deshacer a su antojo así como justifican su egoísmo sosteniendo merecerlo, pero todos estos argumentos adolecen de una falla de origen: En el mundo no existen hombres ricos sin sociedad.

¿Qué quiere decir esto? Que en la acumulación de capital juega un papel fundamental el vivir en sociedad, porque ningún hombre en solitario puede ser multimillonario sino hay con quien intercambiar algo, esta necesidad social entraña un responsabilidad con el medio social que es la condición de posibilidad para amasar fortunas.

Pero al participar del esfuerzo cooperativo de la sociedad implica deberes de justicia, de aquí que por ejemplo el banquero no pueda rechazar el reclamo de un niño hambriento solo porque nunca lo ha conocido o trabajado en una de sus sucursales.

En el afán de poder justificar su negativa a cooperar con la sociedad, los neoliberales reformaron la naturaleza del Estado de tal suerte que este dejara de tutelar derechos y obligaciones, y pasara hacerlo solo de las cosas, esa fue la artimaña utilizada por el neoliberalismo para desmantelar el estado de bienestar en México y el mundo, pero en el fondo es un engaño fácil de demostrar.

Ya que la justicia se crea a través de las instituciones, instituciones que fueron y son el origen y sustento sobre el cual se erige la sociedad, al desmantelar estas instituciones disolviendo el cemento que las unía solo acarreó el caos y el desgarramiento de la sociedad, sin que en su lugar se pusiera otra cosa que no fuera la ley del más fuerte, por su puesto que esto a largo plazo es inviable.

La desigualdad social siempre ha pretendido justificarse por los verdugos ideológicos de la igualdad por la vía de homologar la vida social al reino natural de los animales salvajes que movidos por el instinto de supervivencia actúan sin conciencia depredando presas.

Tal vez el personaje en cuestión se vea así mismo como el tiburón de un estanque poblado por peces más chicos y tal vez lo sea, pero es un tiburón que no recuerda que también fue un pez chico.

Por lo cual este instinto depredador no le es natural, es artificialmente creado y copiado del mundo animal en aras de justificar lo que la razón sobre la que se erige una sociedad de instituciones racionales no le puede conceder: El derecho de actuar por la fuerza, ya sea mecánica o del dinero.

Resultando paradójico que sea precisamente uno de los beneficiarios de la privatización de los bienes nacionales hechos con el esfuerzo social acumulado de todos los mexicanos, el que esboce tan equivocada interpretación de la realidad.