Maribel me cuestionó de golpe el por qué no puedo tener una pareja habitual. Me dijo esto mientras sus ojos se inundaban de lágrimas. –Al principio de mis relaciones parece un cuento idílico, un hombre y una mujer que se aman sobre el mundo entero, solo que, con el transcurrir de las semanas el interés va decreciendo, hasta que una mañana me encuentro en la más completa soledad -, concluyó diciendo mientras su mirada se extraviaba en un cielo azul limpísimo.
¿Por qué crees que continuamente te sucede esta situación?, la cuestioné, queriendo buscar la respuesta en su interior, recordando la frase de Joseph Campell: “La cueva a la que temes entrar contiene el tesoro que deseas”. No sé qué decirte, interrumpió mi pensamiento. -Soy de las mujeres que complazco a mi hombre hasta el cansancio, contestó. –Quizás ése sea el problema, ofrecerle todo a la persona equivocada, esto le mencione al mismo tiempo que Maribel comenzaba su viaje al interior de su propia alma. Su recuerdo de niña le inundó el corazón, tanto que le hizo suspirar al encontrar la imagen del hombre que más la había amado, su padre. Un nombre que la quiso tanto, y que cuando llegaba a casa lo primero que hacía era llamarla por su dulce nombre: Maribel, hecho que la hacía saltar de gusto y moviéndose para juguetear en sus brazos. Se podría decir que su padre se significaba por ser un hombre bueno, sino tuviera una malsana debilidad por la bebida, ya que no asistía a trabajar y se la pasaba tirado en la cama. Maribel pasaba los meses escuchando los reclamos que su progenitora le proporcionaba a su enfermo mentor, quien no decía nada, solo se refugiaba en el alcohol con vehemencia. Solo cuando brotaba algún momento de sobriedad volvía a convertirse en el adorado padre de Maribel, y entonces ella lo volcaba de atenciones hasta que una tarde en que caían las hojas enrojecidas por el otoño, el corazón de un ausente padre dejó de latir.
“Tu mirada se aclarará solo cuando puedas ver dentro de tu corazón. Aquel que mira hacia fuera, sueña; aquel que mira hacia adentro, despierta”, aconsejaba sabiamente Carl Jung (1875-1961). Porque viajando hacia nuestro interior existe la fe, de la misma forma en que nos amamos nos amará el universo, ya que somos seres humanos fuertes, solo que no lo sabemos hasta que la adversidad nos obliga a descubrir esa fuerza indomable.
Nunca estamos solos pues existen millones de personas en el planeta, lo que sentimos es únicamente miedo a la soledad, no es malo ni tener miedo y ni estar solo, cuando estamos solos nos conocemos y reconocemos a sí mismos. Maribel ha encontrado disfrute en los instantes de soledad. Al cerrar la puerta de casa cada noche se dedica a obsequiarse un baño relajante, a disfrutar de algún libro y, sobre todo, de una rica charla consigo mismo. Ahora, ella es feliz.