/ domingo 23 de febrero de 2020

Miguel A. Sotelo González | Permiso para protestar

Siempre es riesgoso pronunciarse sobre eventos coyunturales y más cuando sus componentes no tienen los rasgos claramente definidos...

Ya que lo que en un determinado momento tiene una apariencia, a la postre puede trocar en otra de una naturaleza totalmente diversa.

Sin embargo, uno no debe preservarse de arriesgar su posición sobre los hechos por miedo al error, porque incluso de este se puede rescatar la reflexión por su capacidad heurística de acuerdo a Imre Lakatos, para generar nuevas preguntas, nuevos puntos de vista, sugerencias, pistas, sobre cómo cambiar, desarrollar, corregir o modificar.

Esto, a propósito de lo paradójicamente problemático que ha resultado para la izquierda lidiar con los movimientos de protesta de los colectivos feministas.

Y es paradójico, porque históricamente el movimiento feminista ha militado a la izquierda del espectro político, aunque sea desde su vertiente posmoderna, y aunque a pesar de esto, carece de ese elemento revolucionario de las condiciones materiales, puede traer en potencia un impulso al cambio.

Parafraseando el lema del colectivo vienés Sezession “A cada tiempo su arte, y a cada arte su libertad”, podríamos decir “A cada tiempo su lucha, a cada lucha su causa”, cierto es que en el pasado hubo mujeres que lucharon contra la dominación que fueron izquierdistas, socialistas y hasta comunistas, y que en lugar de llamarse feministas se hicieron llamar socialistas, como Rosa de Luxemburgo, Clara Zetkin, Alexandra Kollontai, y más recientemente Simón de Beauvoir, cuya lucha no fue por las libertades liberales burguesas como sucede en nuestros días, sino contra la explotación de las clases sociales, pero también lo es que la lucha de los colectivos feministas no es incompatible con el legado de aquellas, más aún, tiene el potencial de reivindicar la lucha de esas mujeres sobresalientes de la historia.

Pese a ello ha resultado oprobioso el trato paternalista que se les ha dado, revelando una ausencia total de comprensión de lo que este movimiento pretende, ejerciendo tutela sobre los colectivos feministas al advertirles que no se dejen engañar o manipular, despojándolas de toda inteligencia o capacidad de razonar, como si de un simple amasijo de emociones y reacciones se tratara.

Por otra parte, resulta incluso fascista estigmatizar la protesta feminista con acusaciones o señalamientos de traición o sedición a la ideología, subordinando la trascendencia de la pérdida de vidas humanas al rejuego de la política, en esa lógica también se inscriben las posiciones ultraconservadoras que hacen del respeto a la ley su reproche hacia las manifestantes, dejando traslucir un tufo autoritario al sentir que las mujeres adquieren autonomía.

En suma la reacción dentro de la izquierda ha sido desastrosa, y todo a causa de la parálisis en la que se ha sumido la reflexión y movilización social, por fetichizacion del dogma, se ha dejado perder terreno ante los elementos de la derecha, que al encontrar el espacio de la indignación social vacío por la izquierda, pasó a ocupar su lugar, todo lo demás ha sido consecuencia de ese error primigenio, que han tratado de subsanarse con arteros y calumniosos ataques, cuando lo cierto es que hubo negligencia y abandono de sentir social, por entregarse a los placeres del triunfo.

Ahora la tarea es rehacerse sobre el camino, sensibilizarse y no desdeñar nada, el movimiento feminista no busca socavar al gobierno porque su minimalismo político se reduce a un puñado de simples demandas, que podrían ser fácilmente satisfechas.

Lo más pernicioso de todas estas escaramuzas entre las distintas posturas resultó el cariz delirantemente diazordacista mostrado por aquellos que deslegitiman las demandas feministas, viendo en ellas conspiraciones presentes y catástrofes futuras en el simple y entendible reclamo de no querer ser víctimas.

Citando a Bertold Brecht diremos “Qué tiempos serán los que vivimos, que hay que defender lo obvio”. Cómo podría la izquierda negar el derecho a la libre manifestación, si ella ha hecho de esta su mejor herramienta de lucha, de que a la protesta se sumarán mujeres de todos los signos no cabe duda y es democrático reconocerlo y aceptarlo, si la izquierda perdió protagonismo por insensibilidad también, pero no puede darse el lujo de empecinarse en retener en base a ataques lo que perdió por negligencia.

Finalmente es imperativo para la izquierda recuperar la iniciativa y luchar por lo que Rosa de Luxemburgo estableciera como meta de esta manera: “Por un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres”.

Siempre es riesgoso pronunciarse sobre eventos coyunturales y más cuando sus componentes no tienen los rasgos claramente definidos...

Ya que lo que en un determinado momento tiene una apariencia, a la postre puede trocar en otra de una naturaleza totalmente diversa.

Sin embargo, uno no debe preservarse de arriesgar su posición sobre los hechos por miedo al error, porque incluso de este se puede rescatar la reflexión por su capacidad heurística de acuerdo a Imre Lakatos, para generar nuevas preguntas, nuevos puntos de vista, sugerencias, pistas, sobre cómo cambiar, desarrollar, corregir o modificar.

Esto, a propósito de lo paradójicamente problemático que ha resultado para la izquierda lidiar con los movimientos de protesta de los colectivos feministas.

Y es paradójico, porque históricamente el movimiento feminista ha militado a la izquierda del espectro político, aunque sea desde su vertiente posmoderna, y aunque a pesar de esto, carece de ese elemento revolucionario de las condiciones materiales, puede traer en potencia un impulso al cambio.

Parafraseando el lema del colectivo vienés Sezession “A cada tiempo su arte, y a cada arte su libertad”, podríamos decir “A cada tiempo su lucha, a cada lucha su causa”, cierto es que en el pasado hubo mujeres que lucharon contra la dominación que fueron izquierdistas, socialistas y hasta comunistas, y que en lugar de llamarse feministas se hicieron llamar socialistas, como Rosa de Luxemburgo, Clara Zetkin, Alexandra Kollontai, y más recientemente Simón de Beauvoir, cuya lucha no fue por las libertades liberales burguesas como sucede en nuestros días, sino contra la explotación de las clases sociales, pero también lo es que la lucha de los colectivos feministas no es incompatible con el legado de aquellas, más aún, tiene el potencial de reivindicar la lucha de esas mujeres sobresalientes de la historia.

Pese a ello ha resultado oprobioso el trato paternalista que se les ha dado, revelando una ausencia total de comprensión de lo que este movimiento pretende, ejerciendo tutela sobre los colectivos feministas al advertirles que no se dejen engañar o manipular, despojándolas de toda inteligencia o capacidad de razonar, como si de un simple amasijo de emociones y reacciones se tratara.

Por otra parte, resulta incluso fascista estigmatizar la protesta feminista con acusaciones o señalamientos de traición o sedición a la ideología, subordinando la trascendencia de la pérdida de vidas humanas al rejuego de la política, en esa lógica también se inscriben las posiciones ultraconservadoras que hacen del respeto a la ley su reproche hacia las manifestantes, dejando traslucir un tufo autoritario al sentir que las mujeres adquieren autonomía.

En suma la reacción dentro de la izquierda ha sido desastrosa, y todo a causa de la parálisis en la que se ha sumido la reflexión y movilización social, por fetichizacion del dogma, se ha dejado perder terreno ante los elementos de la derecha, que al encontrar el espacio de la indignación social vacío por la izquierda, pasó a ocupar su lugar, todo lo demás ha sido consecuencia de ese error primigenio, que han tratado de subsanarse con arteros y calumniosos ataques, cuando lo cierto es que hubo negligencia y abandono de sentir social, por entregarse a los placeres del triunfo.

Ahora la tarea es rehacerse sobre el camino, sensibilizarse y no desdeñar nada, el movimiento feminista no busca socavar al gobierno porque su minimalismo político se reduce a un puñado de simples demandas, que podrían ser fácilmente satisfechas.

Lo más pernicioso de todas estas escaramuzas entre las distintas posturas resultó el cariz delirantemente diazordacista mostrado por aquellos que deslegitiman las demandas feministas, viendo en ellas conspiraciones presentes y catástrofes futuras en el simple y entendible reclamo de no querer ser víctimas.

Citando a Bertold Brecht diremos “Qué tiempos serán los que vivimos, que hay que defender lo obvio”. Cómo podría la izquierda negar el derecho a la libre manifestación, si ella ha hecho de esta su mejor herramienta de lucha, de que a la protesta se sumarán mujeres de todos los signos no cabe duda y es democrático reconocerlo y aceptarlo, si la izquierda perdió protagonismo por insensibilidad también, pero no puede darse el lujo de empecinarse en retener en base a ataques lo que perdió por negligencia.

Finalmente es imperativo para la izquierda recuperar la iniciativa y luchar por lo que Rosa de Luxemburgo estableciera como meta de esta manera: “Por un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres”.