/ domingo 16 de agosto de 2020

Iridiscencias | Antón Chéjov

La literatura rusa ocupa, sin lugar a dudas, un importante lugar en la literatura universal.

Es a finales del siglo XVIII, tanto en lo cultural como en lo político, donde se inicia la llamada corriente del “Romanticismo”; corriente en donde se da prioridad a la manifestación de los sentimientos y las emociones. Esta corriente desplaza a la “Racionalista” surgida durante el período de la “Ilustración,” como un reflejo de los acontecimientos revolucionarios que se presentaron durante esa época: La Revolución Americana o de las Trece Colonias (1765-1783) y la Revolución Francesa (1789- 1799).

Es a partir de la segunda mitad del siglo XIX, cuando comienza a agotarse la propuesta estética del “Romanticismo”. Se comienza con la descripción de los detalles y a exhibir la realidad imperante de la época, alejándose así, de la fantasía y el sentimentalismo operante de aquella corriente.

Antón Pávlovich Chéjov, narrador y dramaturgo ruso, fue, sin lugar a dudas, uno de los más grandes exponentes del Realismo literario ruso que, junto con Vladimir Korolenco, Dostoyevski, Lev Tolstói, entre otros, formaron parte —en la segunda mitad del siglo XIX—, del llamado “siglo de oro” de la prosa rusa. A la primera mitad del siglo esa designación le correspondió a su poesía.

Nacido en Taganrog, — pequeña ciudad portuaria al sur de Rusia— en el año de 1860. Su abuelo, Egor Chej, fue siervo —mujik—, que, valiéndose de los ahorros de toda su vida, compró su propia libertad y la de sus cuatro hijos. Al no alcanzarle los ahorros para pagar la libertad de una de su hija, los propietarios de ésta se la otorgaron, por lo que podríamos llamar, “descuento por mayoreo”. Su madre Yevguéniya Yákovlevna, era un mercader que viajaba continuamente por toda la Rusia. Su padre, Pável Yegórovich Chéjov, comerciante de tercer grado —el máximo al que podía aspirar un hijo de siervo—, y cristiano ortodoxo, tenía para con sus hijos una actitud tan exigente, que rayaba en lo violento.

En sus primeros años, Chéjov siempre estuvo rodeado de pobreza; su padre estuvo a punto de ir a la cárcel por motivo de deudas. A la edad de 19 años, al terminar sus estudios secundarios, se trasladó a la ciudad de Moscú para ingresar a la universidad y comenzar la carrera de medicina, la que terminó en 1884 obteniendo así el título de doctor en medicina. Chéjov le profesaba un profundo amor a su profesión de médico, llegando a comentar que, la medicina era su esposa legal, y la literatura, su amante… mmm, aunque le dedicó más tiempo a esta última.

Antón Chéjov comenzó su carrera literaria —período comprendido entre 1880 y 1885—, escribiendo relatos en periódicos y revistas literarias de corte de tipo humorístico que, distaban por el momento, de ser catalogados como cuentos, en el sentido estructural moderno.

Fue a partir del año de 1887, cuando sus escritos ya eran ampliamente conocidos; no únicamente por su humorismo y lo concreto de sus narrativas, sino, además, por el detalle y realismo que mostraba en sus obras al describir la miseria e injusticias de la sociedad rusa de la época. Fue a partir de entonces en que, Chéjov, comenzó a apartarse un poco de las revistas humorísticas y disminuir sus colaboraciones en dichas publicaciones.

En 1888 publica en “El Mensajero del Norte”, lo que se podría considerar uno de sus cuentos más largos: “La Estepa”, el cual ocupa 92 páginas de la mencionada revista; amplitud no tan acostumbrada en los cuentos de Chéjov, siendo criticado por algunos de sus seguidores. Otros de sus cuentos de gran extensión son: “Un drama de caza” y “En el camino”.

En los cuentos de Antón Chéjov podemos notar que, en las narrativas cortas, lo importante no es el tema en sí, sino la forma cómo se trata el tema, la intensidad, la tensión, el ritmo; y que, en ocasiones, la figura central no la encontramos necesariamente representada en un individuo o personaje, pues bien pudiera ser un pueblo, un escenario, un objeto, etc.

Chéjov fue un maestro en la descripción de la atmósfera en que se desarrolla la trama; resalta de manera magistral la realidad de los personajes, sus perfiles, sus circunstancias y el lugar en que se narra la historia. El desenlace de la gran mayoría de sus cuentos —entendido como la culminación u objeto de éste—, se encuentra diseminado en el texto mismo y, en ocasiones, en lo que se deja de decir.

En su maravilloso cuento, “La Tristeza”, Chéjov hace una descripción magistral de la amargura que puede producir la soledad; amargura que se ve acrecentada al no contar con quien compartir y, más aún, cuando se enfrenta ante la indiferencia de los demás. Un relato que desnuda la tristeza del cochero Yona —quien acaba de perder a su hijo— y que, ante la indiferencia de la “otra” clase social, no encuentra con quien compartir su pena.

Horacio Quiroga, cuentista uruguayo, en su decálogo para ser un buen escritor aconseja:

"Cree en un maestro —Poe, Maupassant, Chéjov—, como Dios mismo".

El mismo Chéjov, consideraba a Tólstoi como una figura a seguir, el más grande; aunque después abandonó su influencia y encontró su propio estilo.

Antón Chéjov es un magnífico maestro en quien creer para llegar a convertirse en un buen escritor; no para imitarlo, sino como una figura a seguir en su grandeza. Fue admirado por grandes escritores de su época como León Tolstoi, Gorki; igual fue admirado por escritores de época reciente como Katherine Mansfield, Raynond Carver, Julio Cortázar y, entre otros… es admirado también por mí.

El padre del cuento moderno, Antón Chéjov, murió a los 44 años de edad, en el mes de julio de 1904, víctima de la tuberculosis que contrajo en el ejercicio de su profesión. Según uno de sus biógrafos —Henri Troyat—, "cuando Chéjov entró en agonía, el médico que lo cuidaba tuvo un raro momento de inspiración: pidió una botella de champaña. Chéjov bebió una copa y pocos minutos después murió". LEANDRO ARELLANO

arturomeza44@hotmail.com

La literatura rusa ocupa, sin lugar a dudas, un importante lugar en la literatura universal.

Es a finales del siglo XVIII, tanto en lo cultural como en lo político, donde se inicia la llamada corriente del “Romanticismo”; corriente en donde se da prioridad a la manifestación de los sentimientos y las emociones. Esta corriente desplaza a la “Racionalista” surgida durante el período de la “Ilustración,” como un reflejo de los acontecimientos revolucionarios que se presentaron durante esa época: La Revolución Americana o de las Trece Colonias (1765-1783) y la Revolución Francesa (1789- 1799).

Es a partir de la segunda mitad del siglo XIX, cuando comienza a agotarse la propuesta estética del “Romanticismo”. Se comienza con la descripción de los detalles y a exhibir la realidad imperante de la época, alejándose así, de la fantasía y el sentimentalismo operante de aquella corriente.

Antón Pávlovich Chéjov, narrador y dramaturgo ruso, fue, sin lugar a dudas, uno de los más grandes exponentes del Realismo literario ruso que, junto con Vladimir Korolenco, Dostoyevski, Lev Tolstói, entre otros, formaron parte —en la segunda mitad del siglo XIX—, del llamado “siglo de oro” de la prosa rusa. A la primera mitad del siglo esa designación le correspondió a su poesía.

Nacido en Taganrog, — pequeña ciudad portuaria al sur de Rusia— en el año de 1860. Su abuelo, Egor Chej, fue siervo —mujik—, que, valiéndose de los ahorros de toda su vida, compró su propia libertad y la de sus cuatro hijos. Al no alcanzarle los ahorros para pagar la libertad de una de su hija, los propietarios de ésta se la otorgaron, por lo que podríamos llamar, “descuento por mayoreo”. Su madre Yevguéniya Yákovlevna, era un mercader que viajaba continuamente por toda la Rusia. Su padre, Pável Yegórovich Chéjov, comerciante de tercer grado —el máximo al que podía aspirar un hijo de siervo—, y cristiano ortodoxo, tenía para con sus hijos una actitud tan exigente, que rayaba en lo violento.

En sus primeros años, Chéjov siempre estuvo rodeado de pobreza; su padre estuvo a punto de ir a la cárcel por motivo de deudas. A la edad de 19 años, al terminar sus estudios secundarios, se trasladó a la ciudad de Moscú para ingresar a la universidad y comenzar la carrera de medicina, la que terminó en 1884 obteniendo así el título de doctor en medicina. Chéjov le profesaba un profundo amor a su profesión de médico, llegando a comentar que, la medicina era su esposa legal, y la literatura, su amante… mmm, aunque le dedicó más tiempo a esta última.

Antón Chéjov comenzó su carrera literaria —período comprendido entre 1880 y 1885—, escribiendo relatos en periódicos y revistas literarias de corte de tipo humorístico que, distaban por el momento, de ser catalogados como cuentos, en el sentido estructural moderno.

Fue a partir del año de 1887, cuando sus escritos ya eran ampliamente conocidos; no únicamente por su humorismo y lo concreto de sus narrativas, sino, además, por el detalle y realismo que mostraba en sus obras al describir la miseria e injusticias de la sociedad rusa de la época. Fue a partir de entonces en que, Chéjov, comenzó a apartarse un poco de las revistas humorísticas y disminuir sus colaboraciones en dichas publicaciones.

En 1888 publica en “El Mensajero del Norte”, lo que se podría considerar uno de sus cuentos más largos: “La Estepa”, el cual ocupa 92 páginas de la mencionada revista; amplitud no tan acostumbrada en los cuentos de Chéjov, siendo criticado por algunos de sus seguidores. Otros de sus cuentos de gran extensión son: “Un drama de caza” y “En el camino”.

En los cuentos de Antón Chéjov podemos notar que, en las narrativas cortas, lo importante no es el tema en sí, sino la forma cómo se trata el tema, la intensidad, la tensión, el ritmo; y que, en ocasiones, la figura central no la encontramos necesariamente representada en un individuo o personaje, pues bien pudiera ser un pueblo, un escenario, un objeto, etc.

Chéjov fue un maestro en la descripción de la atmósfera en que se desarrolla la trama; resalta de manera magistral la realidad de los personajes, sus perfiles, sus circunstancias y el lugar en que se narra la historia. El desenlace de la gran mayoría de sus cuentos —entendido como la culminación u objeto de éste—, se encuentra diseminado en el texto mismo y, en ocasiones, en lo que se deja de decir.

En su maravilloso cuento, “La Tristeza”, Chéjov hace una descripción magistral de la amargura que puede producir la soledad; amargura que se ve acrecentada al no contar con quien compartir y, más aún, cuando se enfrenta ante la indiferencia de los demás. Un relato que desnuda la tristeza del cochero Yona —quien acaba de perder a su hijo— y que, ante la indiferencia de la “otra” clase social, no encuentra con quien compartir su pena.

Horacio Quiroga, cuentista uruguayo, en su decálogo para ser un buen escritor aconseja:

"Cree en un maestro —Poe, Maupassant, Chéjov—, como Dios mismo".

El mismo Chéjov, consideraba a Tólstoi como una figura a seguir, el más grande; aunque después abandonó su influencia y encontró su propio estilo.

Antón Chéjov es un magnífico maestro en quien creer para llegar a convertirse en un buen escritor; no para imitarlo, sino como una figura a seguir en su grandeza. Fue admirado por grandes escritores de su época como León Tolstoi, Gorki; igual fue admirado por escritores de época reciente como Katherine Mansfield, Raynond Carver, Julio Cortázar y, entre otros… es admirado también por mí.

El padre del cuento moderno, Antón Chéjov, murió a los 44 años de edad, en el mes de julio de 1904, víctima de la tuberculosis que contrajo en el ejercicio de su profesión. Según uno de sus biógrafos —Henri Troyat—, "cuando Chéjov entró en agonía, el médico que lo cuidaba tuvo un raro momento de inspiración: pidió una botella de champaña. Chéjov bebió una copa y pocos minutos después murió". LEANDRO ARELLANO

arturomeza44@hotmail.com